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Punto y final


Me gusta escribir. O me gustaba. Recuerdo como si fuera ayer las ganas que tenía de lanzar mi propio blog cuando la mitad de las personas de mi entorno no sabía ni lo que esa palabra significaba. En aquellos tiempos, Internet iba entrando en cada una de nuestras casas sin avisarnos de que a la larga se iba a quedar con todo nuestro tiempo.


Allí me encontraba yo, joven, deseando levantarme de la silla del instituto para sentarme en la de mi habitación, delante del ordenador. Cada día más sorprendido de la nueva ventana al mundo que nos regalaba nuevos espacios de comunicación para poder expresarte, dejar tu huella y decir al mundo que estabas ahí.


Llegaron las redes sociales. Fotolog, MySpace, Messenger, Tuenti, Facebook, Twitter... Me acuerdo de la emoción previa al elegir el nombre de usuario o al pensar qué poner en la primera publicación. Esa emoción seguía estando presente al compartir una canción, una foto o un estado de ánimo, pues siempre iban acompañadas de un texto de lo más “personal e intenso” que en aquel entonces podía ofrecer, haciéndote sentir por unos segundos la persona más realizada del mundo.


MSN Messenger. El chat de una generación (Foto: affairesdegars.com)


Pero llega ese momento en el que, sin darte cuenta, descubres que tras la pantalla hay millones de usuarios que publican lo mismo que tú. E incluso te identificas más con las palabras de otro que ha escrito con más estilo, gusto e ingenio. Inconscientemente, dejas de parafrasear a los iconos del momento con los que te identificas, de publicar asiduamente o de prestar tanta atención a lo que pones, y terminas limitándote a felicitar el cumpleaños del contacto de turno porque las notificaciones te lo chivan.


Son años en los que las agujas del reloj aumentan la velocidad, como si alguien las acelerara discretamente por las noches mientras duermes. Estudios universitarios, trabajos temporales, proyectos puntuales, o los vaivenes constantes en la vida personal, social y familiar, se convierten en un sinfín de responsabilidades que te atan de manos y pies, dejando escapar el tiempo que antes te sobraba a raudales a la vez que desaparece ese brillo adolescente en tus ojos.


La idea de tener un pequeño rincón en la red donde poder compartir mis pensamientos se quedó finalmente atrás, formando parte del pasado. Hasta hoy.


El hecho de pensar en esta nueva y última entrada, ha hecho animarme a escribir algo diferente a lo que llevo meses -años- haciendo: un texto cuyas líneas rebosen libertad. Al contrario de lo que le pueda parecer a los demás, la opción de elegir una pieza audiovisual me hubiese impedido poder crear estas líneas. Nunca se me ha dado bien escribir, es obvio, pero siempre ha tenido en mí un efecto terapéutico. Son cuatro los proyectos audiovisuales entregados nada más inaugurar 2018 –y otro más que queda antes de empezar nuevo semestre- y hacer uno más deprisa y corriendo para que a los dos días se quede en el olvido, no es precisamente la manera en la que me apetecía cerrar el blog de la asignatura.


Puedo parecer necio, pues llevo toda la vida estudiando y nunca he parado de escribir. Escribir bajo imposiciones que he dejado a un lado por un instante. Hoy he tenido la libertad de cerrar los ojos, pensar en lo que me ha sugerido los casi cuatro meses de Mediaciones y esto es lo que ha salido. Sin referencias ni hipervínculos. Estoy incumpliendo adrede los requisitos de las entradas porque la asignatura me invita a elegir la manera de utilizar mis palabras. Porque otra cosa no sé, pero recalcar la necesidad que ha tenido el ser humano de expresarse mediante la palabra y desarrollar su creatividad a través de cualquier representación artística, ha sido uno de los hilos que han tejido la asignatura. Lejos de hacer un recopilatorio absurdo de lo que ya hemos visto, he querido sentirme como quienes crean con las herramientas que mejor se adaptan a lo que quieren expresar.

Porque a todos nos gusta pensar que somos importantes aunque sea un segundo. Ya he hablado en repetidas ocasiones que el deseo de llamar la atención, de destacar o de pertenencia a un grupo, aunque sea de forma momentánea y artificial, es algo que no podemos evitar. Por eso no es difícil entender que nuestra sociedad, protagonizada por una lucha de egos constante, no es más que el síntoma de una sociedad enferma por el deseo de ser aceptados, escuchados, queridos, cometiendo el eterno error de dejarnos llevar por las imposiciones de los demás.


Al igual que los participantes en el documental realizado para la asignatura Reflexiones al margen, todos necesitamos encontrar la manera de sentirnos satisfechos con lo que hacemos. En cierta manera yo lo he conseguido. Hoy he querido poner punto y final al blog con el simple objetivo de ser leído, sin pretender que lo que cuente tenga el más mínimo interés. No sé si se dará otra ocasión en la que me plante delante de una página de texto en blanco y mis dedos tecleen partituras con ritmo propio.



PD: como sé que el contenido audiovisual tira mucho, termino con este vídeo hecho junto a Fania donde describimos lo iguales y diversas que somos las personas. Algo que si tuviéramos presente más a menudo, restaríamos algo de la artificialidad que nos rodea. Hasta siempre.





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