La sociedad del espectáculo
- Chápuli
- 17 nov 2017
- 4 Min. de lectura
Muchas son las cosas que nos vienen a la mente al pensar en la sociedad del espectáculo. Demasiadas. Todas ellas relacionadas y ninguna más cierta que la anterior. Desde la exhibición de nuestra privacidad, la desinformación y el sensacionalismo de los medios de comunicación, el impacto de las redes sociales, la dominación del poder político y económico o la democratización de la cultura, que ha derivado en la superficialidad de los contenidos culturales.
Pero difícilmente podemos desarrollar este concepto si no hablamos de Guy Debord (1931-1994). Ya en 1967 bautizaba La sociètè du spectacle mediante un trabajo en el que a lo largo de nueve capítulos abre un debate crítico sobre la naturaleza en las sociedades marcadas por el modo de producción capitalista avanzado, donde el espectáculo es todo, en su indefinición y en su concreción absoluta.

Guy Debord en 1969. Captura del documental "Debord, un arte de la guerra"
El filósofo francés advertía de los fenómenos sociales que asomaban ya en su época y las devastadoras consecuencias de relacionarnos no como realidades sino como una representación de las mismas. «Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación». Vamos, lo que hoy somos incapaces de ver y que trivializamos con el concepto postureo como si fuera una práctica de la que debiéramos sentirnos orgullosos y que poco se asemeja con la imagen de lo que somos en realidad.
Vivimos en una sociedad en la que no cesamos de crear imágenes produciendo una realidad paralela, convirtiéndonos en mercancías expuestas públicamente. Esa necesidad de transformar nuestra vida hace que formemos parte de ese espectáculo con nuestra propia representación, mostrándola lo más atractiva posible para obtener la aprobación de los demás, y cuyas relaciones se ven supeditadas a la rentabilidad de la imagen con la que nos relacionamos.
Tal y como explica la psicóloga Cristina Roda en un artículo de 2016 que analiza la obra de Debord, al ser partícipes en este espectáculo, convertimos nuestras vidas en productos y nuestras relaciones con los demás pasan a ser meras «interacciones que desean ser representadas en su forma, pero que no encuentran el más mínimo sentido si se viven como una experiencia directa y no demorada».
Por su parte el filósofo y teórico del arte Luis Navarro, explica que esa «forma en que nos relacionamos a través de las imágenes que se construyen desde los grandes medios de comunicación y no de la experiencia viva, es la forma en que consumimos un menú de mercancías degradadas y aceptamos una construcción artificial y dirigida del sentido del mundo como si fuese nuestro medio natural». El poder abstracto del espectáculo nos aleja de nuestra libertad y existencia, separándonos de nuestra vida real, sin que seamos conscientes de ello.
La sociedad del espectáculo nos convierte en esclavos de nuestra imagen, obligados a construir una realidad adulterada y estática. Además, la creamos bajo la influencia de componentes sociales como la publicidad, las religiones o los poderes económicos, donde nuestro sentido crítico y ética pasan a ser una realidad colectiva manipulable.
Fotograma del documental La sociedad del espectáculo (1973)
Debord también hace hincapié en todos los sectores de la sociedad y su papel en este espectáculo globalizado. Farmacéuticas, multinacionales o, como no, medios de comunicación. Habla de ellos como «minoría perversa que domina el mundo a través de la desinformación» bajo determinados intereses que obtienen la aceptación del resto de la sociedad que se comporta como un rebaño sin una mínima preocupación a cuestionarse nada. En palabras de Debord, «la desinformación es el mal uso de la verdad. Quien la difunde es culpable, y quien la cree imbécil”. Para él, las democracias espectaculares pretenden manipular a sus ciudadanos con términos como el terrorismo, porque “todo lo demás les habrá de parecer más bien aceptable o, en todo caso, más racional y más democrático”.
Es más que evidente que el debate que abre la obra de Guy Debot está muy presente en nuestra sociedad actual y eso que en estas líneas solo hemos apreciado varias de sus pinceladas. Pero no está de más incidir en esa magnifica destreza a la hora de interpretar lo que llevaría continuar con un sistema social capitalista en pleno desarrollo como éste, donde nos dejamos dominar por la palabra y las imágenes. Y es interesante como, al igual que comentaba en los dos post anteriores, la generación de realidades paralelas a través del poder de la palabra (y la mentira) parece ser el ingrediente fundamental de las sociedades modernas.

Estamos en un continuo proceso de banalización, como si de una epidemia se tratara, ya no solo de nuestras vidas -que se muestran como una imagen en oferta que cualquiera puede consumir de manera rápida y sencilla-, sino también de la cultura con su democratización. La cultura ya no se mide en calidad sino en cantidad. Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo defiende la idea de que cuando la cultura «torna a ser una amalgama semejante es poco menos que inevitable que ella pueda llegar a ser entendida, apenas, como una manera divertida de pasar el tiempo. Desde luego que la cultura puede ser también eso, pero si termina por ser sólo eso se desnaturaliza y se deprecia».
Portada de La civilización del espectáculo
Todo indica que nos movemos en un terreno pantanoso en el que los valores se pierden, la percepción de lo real desaparece y donde lo único que importa es que el espectáculo debe continuar.
Show must go on, Queen (1991)


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