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Palabra y poder

Resulta curioso que la entrada de temática libre que escogí para inaugurar el blog de la asignatura venga estrechamente relacionada con el poder de la palabra, asunto del cual nos dedicaremos a hablar en las siguientes líneas.


No hay mejor ejemplo que el uso (mal)intencionado que hacemos de la palabra a través del lenguaje para evidenciar el gran poder existente en esta serie de símbolos articulados entre sí que, independientemente de que sean escritos o transmitidos de forma oral, buscan conseguir un propósito concreto en el interlocutor. Y esa voluntad puede ir desde el más inocente intercambio de información, compartir opiniones, generar ideas, alterar marcos mentales o incluso crear nuevos universos simbólicos en beneficio de lo que nos interesa.


Como ya hablábamos en la entrada anterior, los líderes políticos articulan un lenguaje con un contenido vacío, lleno de eufemismos, manipulaciones y apelaciones emocionales, en un alarde de sacar rédito electoral y modelar la opinión pública. El escritor George Orwell (1903-1950) ya hablaba de la posverdad en los diez ensayos recogidos en El poder y la palabra, donde analiza el uso corrupto del lenguaje y las versiones alteradas de la realidad. Una fehaciente labor que desenmascara la función del lenguaje como recurso clave en la implantación de los sistemas totalitarios.


No es de extrañar, por tanto, que aquellas personas que gozan de una posición de poder –ya sea por el status social, político o económico, por pertenecer a un lobby o ser líderes de opinión-, son capaces de usar la palabra con autoridad de forma que, independientemente de su significado, obtienen una mayor credibilidad y capacidad de influencia en quienes reciben sus mensajes. Como bien dice Pierre Bourdieu (1930-2002) «Lo que hace el poder de las palabras y las palabras de orden […] es la creencia en la legitimidad de las palabras y de quien las pronuncia, creencia cuya producción no es competencia de las palabras».



La palabra es el ingrediente indispensable con el que hemos podido construir nuestra percepción del mundo, una percepción propia del ser humano como especie racional, ya que todo lo que entendemos lo hacemos a través del lenguaje. Como diría Condillac (1714-1780) «El arte de razonar se reduce a un lenguaje bien hecho. Sólo pensamos con ayuda de palabras». Es este hecho por lo que adquiere tanto poder. Atribuir significados y relaciones simbólicas entre las palabras y la realidad nos hace creadores de conceptos con los que jugamos constantemente y, como no, aprendemos pensar. Miguel García Casas (1955) en Una teoría global sobre la vida terrestre y la evolución explica que «el hombre es capaz de utilizar una cantidad de símbolos y de relaciones que no posee parangón en el mundo animal. Esto implica que es capaz de comprender y explicar el mundo de manera muy sofisticada».


Portada del libro de G.O. Foto: casadellibro.com

Si sumamos las dos ideas principales de los dos últimos párrafos, entendemos perfectamente por qué, a través de las palabras, los seres humanos han desfigurado civilizaciones, culturas, religiones y han transformado las sociedades de todas generaciones. La habilidad de comunicarnos a través del lenguaje nos ha permitido interpretar y entender el mundo para compartirlo con los demás. Hemos sido capaces de construir universos llenos de simbología e influir en el devenir de nuestra sociedad. Las guerras, las persecuciones religiosas, los totalitarismos y demás conflictos sociales se han justificado a través del poder de la palabra. Un cuchillo intangible afilado por el ser humano a través de los siglos convertido en la mayor arma de influencia sobre nosotros mismos.


Sieg und Tod des Konsuls Decius Mus in der Schlacht (Victoria y muerte del cónsul Decius Mus en la batalla) de Rubens.


No obstante, no es algo que corresponda a ciertos sectores sociales ni que predominen en unas épocas más que en otras. Ejemplos triviales como los nos que podemos encontrar en nuestro día a día pueden funcionar para entender nuestra capacidad de influir en las personas que nos rodean. Con nuestras palabras podemos arrojar flechas de felicidad o bombas demoledoras del alma. Eso sí, todo dependiendo de quién sea el emisor (tal y como decía Bourdieu) y cómo se utilicen, porque como bien expresaba Quevedo: «las palabras son como monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una». Por otro lado, la importancia de tener sabiduría para hablar era algo que ya comentaba Sócrates (470 AC - 399 AC): «antes de hablar, es necesario pasar por los tres filtros: la verdad, la bondad y la necesidad».


Pero no se le puede poner diques al mar. Todos y cada uno de nosotros utilizamos sin ser conscientes el poder de las palabras en función de nuestros intereses dejando atrás la decencia, dignidad, honorabilidad, la ética o conceptos relacionados con la necesidad de ser respetuosos con nuestros interlocutores. Pero, en una sociedad donde no cuenta qué se dice sino quién y cómo, poco podemos hacer. Al menos seguiremos en la línea de estimular nuestro pensamiento crítico y disponer de todos los recursos necesarios para generar nuestra propia opinión y ver más allá de las palabras. Ya que como decía Roosevelt (1882-1945) -aunque no en este contexto- «un gran poder conlleva una gran responsabilidad».


PD: Con quién terminar mejor que con el personaje interpretado por Kevin Spacey en la genial serie de TV House of cards, basada en un arrogante político norteamericano cuyo único objetivo es la consecución de poder a través de sus habilidades en el uso de la palabra. Aquí un breve vídeo:







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