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Mentiras y gordas


No. No voy a hablar de la película dirigida por Alfonso Albacete y David Menkes que cuenta con un 2,2 de puntuación en FilmAffinity. Ni aunque en su reparto aparezca la actriz Ana de Armas que está en absoluta actualidad gracias al inminente estreno de Blade Runner 2049.

Con mentiras y gordas me he lanzado a inaugurar este post para hablar sobre el uso indiscriminado que hacemos de las mentiras y cómo nos gusta hincharlas sin límites en aras de conseguir lo que queremos. No sé si esta decisión ha venido determinada por la actualidad política o por esa simple predisposición del ser humano a alterar la realidad sin ningún tipo de remordimiento en cualquier ámbito de nuestra vida. Algo que realmente debería preocuparnos.

Cartel Mentiras y gordas. Foto: FilmAffinity

La mitomanía es esa afición a mentir propia de personas que reniegan de su realidad y necesitan imperativamente construir una alternativa. El psicólogo Juan Moisés en un artículo de El Mundo de 2016, afirma que esta enfermedad es fruto de la necesidad de ser aceptados y compensar nuestra baja autoestima. Utilizamos las mentiras constantemente para poder acceder a un grupo, mantener ciertas relaciones, persuadir y convencer de que nuestra visión es la que prevalece por encima de las demás o simplemente tener el reconocimiento de las personas de nuestro entorno.


Donald Trump. Foto: El país

Pero no todas las expresiones que manifiestan lo que contrariamente se sabe, se siente o se piensa, son fruto de una enfermedad, si no la totalidad de la población iría a terapia. Las mentiras forman parte de nuestra vida diaria hasta el punto de estar totalmente inmunizados tanto a escucharlas como a generarlas, que ya no tenemos las herramientas para distinguir qué es verdad y lo que no lo es. Y no hay nada peor que desconocer si la información que recibimos está suscrita a manipulaciones que alimentan todavía más las ganas de contar sólo lo que a uno le interesa.

Donald Trump. Foto: El País

Un caso claro de este problema es la habilidad que tienen los líderes políticos tienen para soltar veneno sin despeinarse un pelo. Y no hace falta nombrar a Trump o Rajoy. En la localidad alicantina de Sant Joan, por ejemplo, la última sesión plenaria ha venido de la mano de un espectáculo de acusaciones vertidas entre dos grupos políticos por la modificación presupuestaria de las cuentas públicas en beneficio de una empresa incumplidora de servicios. Y el partido impulsor de esa medida no escatimó en contar a la ciudadanía una versión tan adulterada de la realidad que ni ellos mismos se la creían, destapando su propia ineptitud a causa de esa despreocupación por tener un mínimo de credibilidad. Y todo por hacer que la propuesta prosperase.

Pleno del Ayuntamiento de Sant Joan d'Alacant. Foto: Chápuli

Por desgracia, esto no es algo exclusivo del ámbito político, que sabemos que tienen unas estrategias y objetivos concretos y generar una imagen en la opinión pública es su pan del día a día. Por no hablar de determinados medios de comunicación sujetos a unos intereses que propician la difusión de noticias falsas o manipuladas (esto daría para dos o tres publicaciones más).


Lo preocupante, insisto, es que personas de a pie prefieren hacer un uso manipulado de la realidad y creérsela hasta tal punto que llegan a sufrir sus consecuencias generándoles problemas sicológicos graves. Ciertas investigaciones, como la de la University College de Londres, afirman que la repetición de una mentira provoca que el cerebro se haga sensible a las mismas y que nos anime a mentir más en el futuro. Incluso hay casos clínicos que indican que esa invención constante de un mundo paralelo hace que el sujeto se aleje tanto de la realidad que es casi imposible hacerle regresar.

Google images


Instagram y las redes sociales son otros de los focos donde este tema ha cobrado protagonismo en los últimos años, plataformas en las que la gente muestra una vida que no se corresponde con la que tiene y unas ganas de aparentar que después dificultan el poder ser uno mismo. Me preocupa que nos estemos olvidando de lo que nos hace únicos, peculiares, que dejemos atrás nuestra identidad, que no desarrollemos nuestra personalidad, y que perdamos los valores básicos que nos unen en sociedad por intentar ser lo que no somos. Pero, sobre todo, me preocupa que se utilice la mentira para tomarnos por tontos. Porque tarde o temprano, todo sale a la luz.


Las mentiras tienen las patas muy cortas. Y si un proverbio lo dice, no es mentira.

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